INDEPENDENCIA ARGENTINA
La
sociedad y la escuela se reúnen para recordar ciertas fechas que resultan
significativas. Esta puede ser una buena ocasión para discutir diferentes
perspectivas y así, enriquecer las propias miradas. La declaración de la
Independencia suele ser presentada como fruto de la unión y del consenso, pero,
sin embargo, fue producto de conflictos políticos y sociales.
Hacia
1815 la Revolución de Mayo de 1810, se encontraba en una situación particular.
El rey Fernando VII había vuelto a ocupar su trono luego de permanecer, desde
1808, cautivo de Napoleón. A su regreso, el monarca español encabezó una
política absolutista y dispuso el envío de tropas a América declarando así la
guerra a las colonias insurgentes.
Pronto
las revoluciones iniciadas en 1810 fueron derrotadas en casi toda la América
hispana. Los realistas controlaron nuevamente el territorio desde el Alto Perú
y comenzaron a descender con el objetivo de llegar al Río de la Plata, donde
aún el gobierno revolucionario se encontraba en pie.
En
el Río de la Plata la situación era muy delicada. Por un lado, había un frente
de guerra con los ejércitos realistas y por el otro, se sucedían continuos
enfrentamientos con aquellas provincias que no aceptaban al gobierno central
constituido en Buenos Aires.
Dividida
por las luchas facciosas y regionales, aislada internacionalmente y casi sin
apoyos tras la derrota de los otros focos insurgentes en el continente, la
revolución rioplatense se encontraba en una situación crítica. Buenos Aires
sólo parecía tener dos opciones: rendirse o redoblar la apuesta declarando la
independencia. A tales fines, se convocó a un nuevo Congreso soberano y
constituyente que se reunió en Tucumán evitando la citación en Buenos Aires,
que para muchos se había convertido en emblema del centralismo despótico.
La
composición del Congreso no fue novedosa. Sus miembros eran hombres de los
sectores que conformaban la dirigencia revolucionaria, mayoritariamente
abogados, clérigos y militares.
En
1816, el Congreso de Tucumán declaró la independencia. Detrás de esa
proclamación todavía no se adivinaba la forma actual de la Argentina. De hecho,
algunas provincias, que hoy conforman nuestro país no estuvieron presentes
como, por ejemplo, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, que integraban la Liga de
los Pueblos Libres, un proyecto de confederación y autonomismo provincial
dirigido por el caudillo oriental José Gervasio Artigas, que expresaba su
disidencia frente a la política centralista de Buenos Aires. Mientras que otras
provincias que actualmente pertenecen a Bolivia, y que en ese momento formaban
parte del Alto Perú como Cochabamba, Mizque y Chuquisaca, sí participaron.
Tampoco asistió a la cita la provincia del Paraguay, que mantenía una posición
distante tanto de España como de las provincias rioplatenses.
La
independencia se declaró en nombre de las “Provincias Unidas en Sud América”
con la intención de que se pudieran sumar otros pueblos. “El término era
ambiguo porque la propia entidad política a la que se refería lo era. La
guerra, las disputas entre provincias, las contradicciones en la representación
del Congreso de Tucumán (…) permiten comprender las Provincias Unidas del Río
de la Plata menos como un territorio unido que como un territorio incierto en
búsqueda de una unidad, siempre disputada por la guerra” (Entin, G., 2016:12).
La
creciente militarización de la sociedad dio lugar a una cierta movilidad social
si se la compara con la rígida estructura de la sociedad heredada del período
colonial, incorporando a los ejércitos revolucionarios a amplios grupos
sociales, en especial a las clases bajas conformadas por negros esclavos,
pardos y mestizos. Es decir, la guerra tuvo también una dimensión productiva
forjando identidades y mecanismos de movilización social y política de vastos
sectores sociales interpelados bajo nuevos principios como la libertad y la
igualdad.
La
guerra era la principal razón para convertirse en nación puesto que era
necesario legitimar la lucha contra los realistas presentándola como una guerra
entre naciones. Tal como lo explicara José de San Martín, sin independencia,
las Provincias Unidas del Río de la Plata seguirían considerándose rebeldes
contra el rey de España. Asimismo, no bastaba solo con proclamar la
independencia; para que fuera efectiva debía ser reconocida por el resto de las
naciones soberanas y así poder relacionarse jurídicamente con ellas.
El
acta fue un texto breve con el cual los diputados participantes del Congreso de
Tucumán declararon la independencia “del rey Fernando VII y de sus sucesores”
mientras que, en ocasión de la jura, se agregó la fórmula “y de toda dominación
extranjera”.
Sin
embargo, la idea de independencia no era necesariamente la que tenemos en la
actualidad. Se trata de un concepto cuyo significado ha ido variando a lo largo
del tiempo, además de adoptar significados distintos según los diferentes
actores sociales. En el inicio del proceso revolucionario, la independencia fue
concebida como lucha de los españoles y los americanos contra la ocupación
francesa. Pero los cambios fueron muy rápidos y, a partir de 1810, en América
se formaron juntas que comenzaron a plantear la ruptura con la metrópoli. Para
algunos, suponía un corte total como independencia absoluta. Para otros,
implicaba una mayor autonomía del poder del rey, pero sin cuestionar la
pertenencia a la monarquía española.
En
1816, con la excepción de Estados Unidos, todas las naciones eran monárquicas.
Una gran parte de los diputados del Congreso defendían la monarquía como forma
de gobierno para la nueva nación. Pero estos proyectos no prosperaron. En ese
marco, tampoco tuvo éxito la idea de coronar a un descendiente de los incas
como una de las políticas tendientes a captar el apoyo de los pueblos
indígenas. Aún así, con este mismo propósito, el acta de independencia fue
publicada también en quechua y aimara, tal como había sucedido antes con otras
declaraciones políticas importantes.
Es
decir que el Congreso de Tucumán declaró la independencia pero los congresales
no se pusieron de acuerdo acerca de la forma de gobierno a adoptar. “El
incierto contorno que habría de asumir la nueva entidad política proclamada en
1816 no dependía solo del derrotero de la guerra sino también de la capacidad
de negociación de las elites para alcanzar un acuerdo estable bajo una forma de
gobierno consensuada con las regiones disidentes que proclamaban sus derechos a
la autonomía y al autogobierno” (Ternavasio, M., 2016:37).
Uno
de los silencios más llamativos de la declaración fue la ausencia de
referencias a la revolución, a la que los diputados consideraban como un
peligroso avance de la insubordinación. Tres semanas después del 9 de julio el
Congreso aprobó un decreto que comenzaba con la frase “fin a la revolución,
principio al orden”. “Distanciado de la revolución, el tiempo que
inauguraba la independencia se asociaba al orden” (Entín, G., 2016: 15
y 17).
La
declaración de la independencia fechada el 9 de julio de 1816 -junto con la
Revolución de Mayo- se convertiría en uno de los mitos fundacionales de esa
nación que se conformaría como tal, recién en la segunda mitad del siglo XIX.
Pese a su importancia simbólica, el acta de la independencia no fue suficiente
para crear la nación. “El problema interpretativo, entonces, deviene de los
relatos que a posteriori de los acontecimientos cristalizaron la imagen de
una revolución de independencia que colocó en el punto de partida
lo que en realidad fue un punto de llegada” (Ternavasio, M., 2016: 32).
Sin
dudas, conocer las nuevas perspectivas que la historia aporta y reflexionar
críticamente sobre el pasado constituyen un modo de iluminar los significados
que tiene, en el presente, ser un país independiente.
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